Un día de 2014 llegué a la casa de Julio y me habló largo rato de que el Santo Padre le había escrito una carta y que iría a visitarlo a Roma. En ese momento no entendí la dimensión del personaje del que hablaba, no registré su magnitud. Sobre todo, porque desde el momento que dejé de asistir a la Iglesia, alrededor de mis diecisiete años, paulatinamente me fui convirtiendo cada vez más en atea, marxista y empirista. Es difícil transitar la Facultad de Ciencias Sociales y salir sin una huella marxista.
Sin embargo, el entusiasmo de Julio con ir a visitar al Papa era tan grande que salí y me topé una vez más con un mensaje cósmico. Mi madre, mujer de fe, pero con un desacuerdo profundo con la Iglesia inexplicablemente y por segunda vez, desde el más allá -que a veces es más acá- Me habló de la bondad del Papa, lo juro.